Sensación de sueños inventados

La razón es frágil; es endeble e insegura. No hay guerra en el mundo que no encuentre una explicación, una justificación lógica. De un lado y del otro, por eso la guerra. El empeño y el abuso de lo racional propio llevan a deambular en incertidumbres y errores que desnaturalizan lo que somos, lo que podemos ser. ¿Por qué buscar una razón natural? ¿Por qué buscar en lo natural un hilo hacia la razón? ¿Y si le damos a la razón el lugar en el que podría encontrar comodidad y fluidez en convivencia con sus contradicciones?
Es aquí donde juega el cuerpo, donde las sensaciones se entrelazan con lo pensado; donde pensar y sentir pueden llevar a un devenir armónico. Hablamos de guerra, y así hablamos de paz. La paz no puede comenzar sin el verdadero destierro de los sinsentidos, ni tampoco… sin sentires.

Mi sacerdotisa no habla. Ella señala. Solo estoy aquí para que con sus manos de arena señale mis vulnerabilidades. Por eso la espera; por eso el detenimiento temporal.

Mi sacerdotisa no me enseña, solo muestra en mi ceguera los nudos de contacto entre quien creo ser y quien creo sentir; pues soy el mismo en ambos.

Mi sacerdotisa detiene cada vez ese torbellino racional para desatar las energías de mis músculos acobardados. Y en ella me entrego, como la piedra al arroyo, para redondear mis bordes afilados, para lustrar de brillo el dolor del trabajo en la piel.

Anoche he soñado con ella, con su distancia, con los límites que sabiamente delineaba. Me abría a un nuevo juego de horadar viejos anclajes; me animaba a nuevos movimientos en mi cansado cuerpo en una costumbre que tomaba al anochecer. Ella no me hablaba; solo me recordaba con su fuerza en mi savia que un cuerpo requiere movimiento, nunca tracción. Yo soy mi cuerpo, que no es instrumento del yugo ni cobijo del sentir. Yo, a la vez soy muchos, porque soy dolor y placer.

Anoche he soñado con ella y con sus manos humedecidas de aceite exaltando mi fragilidad, y mi vigor. Así, he dejado de pensar y he comenzado a sentir. Mi cuerpo lo supo, y supo aniquilar la escisión al devenir calma y gozo. En la mañana, en la calma de mi despertar, aquella vorágine se acomodó en las palabras de un escrito circular, que quizás sea este.

En la calma del despertar…