Frío

Lucía tropezó con su propio perfume. Buscó un lindo pañuelo para entibiar su cuello y sin demasiada atención cuidó que la casa quedara en orden; terminó de abrigarse y emprendió el camino. Los pocos pasos que dio bajo el frío del último vestigio del atardecer la detuvieron. Antes que la calle enrojeciera su nariz estuvo nuevamente en casa, junto al teléfono llamando a Hernán. “Vení vos”, “Hace frío”, “Te espero con café”.

Hernán había preparado su casa para esa visita especial. La mesa y el mantel, el pan y el vino. Las luces bajas para acompañar la suave música, que corría tenuemente. Preparó un chocolate escondido puntillosamente y ciertas fotos que esperaba que Lucía pudiese acariciar.

No alcanzó a lamentarse, cuando ya se vio apurando el paso tras un taxi; su corazón había calmado la ansiedad con música, ahora el aire frío confundía el apremio. Toda una tarde delineando los posibles pasos de Lucía, imaginando besos o caricias según la música, según el trago, según la mirada, para dejar su destino más próximo en manos del azar o el frío. Así es la vida, la historia y el futuro. Actores invisibles de ocultos dramaturgos.

Lucía lo recibió con café. Cumplió esa ofrenda porque las manos heladas de Hernán se lo pidieron al acariciarle las mejillas. Hablaron y rieron. Hablaron, se escucharon; hablaron e hicieron muecas de fastidio si la realidad entraba a caballo del viento, en alguna rendija que cambiaba el aire. Hablaron, se escucharon, hasta que sin darse cuenta se dieron un dulce beso. Labio con labio, mirada con mirada. Y siguieron charlando, mirando fotos como siempre, leyendo juntos la letra de alguna canción. Y llegó el alba. Y fue ese beso al promediar la noche que se repitió un rato antes que Lucía tuviese sueño. Labio con labio, mirada con mirada. Otro dulce beso. Se quitaron prenda a prenda, asegurando la tibieza para cada instante de sus pieles; y se acostaron para cuidarse en el dormir.