He dado por fin con la persona que busqué sin pausa en los últimos dos años. Su nombre es Boris Kiril, un hombre ruso que vive en Buenos Aires. Descubrí su casa de casualidad, en la calle Santander; a pocos pasos de formar esquina en Bonorino. Los árboles de su jardín se ven desde la soleada Carlos Ortiz. Son los inicios de un barrio sereno; con pasajes angostos, como las casas. Los nombres son dispares; Evaristo Carriego, Nepper, Espartaco. Robertson o Perrault.
Kiril es joven; un muchacho parco. Aborrece de lo que gusta a la gente corriente, de quienes escapa como un duende frágil. No ve fútbol, ni lee o escucha sus rumores. No pierde tiempo en el almacén, al que entra y sale como un espectro. No habla de política; escribe de la sociedad en un cuaderno angosto sin perder tiempo en evangelizar. Es un filósofo gastado, religado a sí mismo, sin carisma. Casi no muestra lo poco que escribe. Boris viste ordenado y cuida los colores. Repudia al blanco y jamás abusa de los tonos claros. No se enamora; intuyo que en las charlas profundas delata decepción. No se enamora; no habla de desengaños. Generalmente lo acompaña una mujer de quien no tuve información. Pese a todo, Kiril nunca sostiene ser huraño, jamás le sale. Abjura del destino. Boris Kiril descree del azar como del amor.
Su barrio tiene una particularidad. No todos sus mapas son iguales. Sus recorridos de a pie chocan con la unidad esperable en las cartografías callejeras. Boris vive en ese laberinto escondido y paradojal. En el Bajo Flores o Flores Sud como decían los antiguos. En ciertos mapas pueden contarse cuatro cuadras desde Lautaro hasta Pedernera. Otras cartas cuentan menos. Hay una placita en Robertson y Zuviría que en las guías barriales no aparece, de la que hay decenas de anécdotas. Encontré croquis que hacen llegar la diagonal Navarro hasta la plaza Don Segundo Sombra, que de día es imposible recorrer porque se corta en Rivera Indarte. La plaza y su manzana lindera toman forma de Renault Cuatro. Se dice que la calle Alonso se estira hasta Avelino Díaz en las noches sin luz, pero nadie pudo probarlo, todavía.
La gente del barrio desatiende esas diferencias, vive ingenua en sus rutinas. Quizás no quieran saber. Ejemplos hay varios: la señora Ramos está más cerca de Lautaro que Don Emiliano, aunque ambos viven en el pasaje Tesla una frente al otro. Una pareja de chicos de la escuela diez se encuentra a escondidas en Espartaco y Asamblea. Esa madre sabe muy bien que Espartaco no cruza Eva Perón; sospecha con asombro que su hija comienza a enamorarse. Cautelosamente, él –no sabemos su nombre- lleva chocolates de regalo que entrega con orgulloso a su jovencísima pretendida. Se los suele ver llegar desde la plaza, mas nunca partir hacia allí.
Boris Kiril camina hasta Varela sin repetir dos días seguidos su recorrido. Su meta diaria es la estación de subtes que está algo lejos, por lo que llega despacio y desciende lento, cual lagarto, los incontables escalones que lo llevan al andén. En realidad su destino está más lejos. Todas las tardes, recorre el túnel desde Varela hasta San José en el tren subterráneo, que toma casi vacío. Boris Kiril sabe de los secretos de la estación San José. Es por eso que lo he estado buscando.
Tomado de Segunda estacion de moras y halcones. (Leer completa)