Taller de Lecturas Karl Marx


Introducción a la lectura de Karl Marx

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Preliminares

¿Por qué leer a Karl Marx a más de un siglo de su muerte, cuando solo unas minorías apuestan a salidas colectivas, cuando el individualismo parece haber triunfado y las variantes religiosas se multiplican? Precisamente por su vigencia: Marx hizo la crítica más profunda al sistema mercantil de producción, que es justamente la investigación a la que dedicó su vida.

Preguntar por nuestras sociedades supone indagar quiénes somos, cómo llegamos a ser lo que somos y cómo nos relacionamos en el mundo, el lugar del individuo en la historia, el estado y los conflictos sociales. Encarar un proyecto de intervención política, cualquiera que sea, supone una variante determinada de formación. Optamos por la formación autogestiva y plural, y desde allí hacemos la invitación a este recorrido.

Proponemos una lectura colectiva y crítica de las bases del pensamiento crítico y materialista en la lectura de uno de sus fundadores, en un primer acercamiento que presente temas, primeras respuestas y abra un abanico de interrogantes hacia lecturas posteriores.

Motivaciones para una lectura crítica y materialista.

Karl Marx murió en Londres en 1883, a la edad de 64 años. Al momento de morir dejó escrita una obra monumental si sumamos a sus textos publicados los escritos inéditos, un gran número de riquísimas cartas, borradores y artículos periodísticos. Nacido en Prusia en el año 1818, en una Europa donde el capitalismo se expandía sin frenos; Alemania todavía no se había desarrollado económicamente a la par de Inglaterra y Francia, pero en el terreno del pensamiento estaba en la vanguardia. Kant, Hegel, Schelling, Fichte, Feuerbach son algunos nombres en la vastísima filosofía alemana. Marx, en colaboración con Engels, realizó la crítica de sus antecesores y de sus contemporáneos cuando todavía era muy joven, hace casi dos siglos. Luego, en su evolución, trazó un camino de pensamientos novedosos e imprescindibles para entender la historia y el desarrollo de la sociedad.

¿Por qué leerlo y estudiarlo hoy a más de un siglo de su muerte? ¿Por qué decimos que su obra es imprescindible? Marx elaboró un colosal estudio crítico del sistema capitalista y fue un activo cooperante en la constitución del movimiento obrero internacional. ¿Por qué ocuparnos de estos temas cuando pocas personas en la inmensidad de la población mundial apuestan a las salidas colectivas, cuando el individualismo parece haber triunfado definitivamente y las variantes religiosas se multiplican? Precisamente por su vigencia: en su época él fue quien hizo la investigación más profunda sobre el entramado del sistema mercantil de producción, adelantando saberes que hoy están plenamente corroborados. Su legado es herramienta fundamental para entender la sociedad, un saber necesario para cualquier proyecto emancipador que aspire a transformarla de manera radical, lo que no implica el deber de adhesión absoluta a cada palabra suya, ni supone infalibilidad en todos los temas abordados.

Las consecuencias de sus tesis han sido múltiples. Marx ha presentado una verdadera superación en el desarrollo del pensamiento moderno; generó una ruptura que revolucionó el saber general de lo social, por su método y sus descubrimientos acerca de la condición del trabajo y el entramado de la sociedad capitalista, y por su mirada histórica. También hay que decir que su legado ha sido tomado –desvirtuándose- como filosofía de estado, como dogma y doctrina. Pero sus escritos no constituyen un sistema general formal ni una cosmovisión acabada; creemos que nunca pretendió serlo y que su propio contenido impide deducirla. La gama de escuelas, tendencias e interpretaciones de su obra es inabarcable.

La lectura de Marx es insumo en nuestra formación intelectual sobre el lugar que ocupamos en la historia; crucial para pensar la comunidad social, el estado y los conflictos sociales. Además, por qué no, contribuye a saber algo del futuro; a anticiparnos para la acción política. Preguntar por lo social es indagar cómo llegamos a ser quienes somos, hacia dónde vamos; es interrogar cómo nos relacionamos las personas entre sí y operamos en el mundo. La intención de cambio social cobra potencia cuando toma el camino del pensamiento crítico; encarar un proyecto de intervención política, cualquiera sea, supone una variante determinada de formación y aprendizaje. Nuestra elección crítica asume el rechazo a la concepción de la ciencia o el saber como ámbito neutral y objetivo.

Desde allí hacemos la invitación a recorrer algunos textos extraídos de la obra de Karl Marx sumando breves comentarios e introducciones; guías de lecturas para un abordaje inicial. El origen de los textos que integran este libro está en un taller de lecturas coordinado hace ya algunos años en diversos espacios del seno de los movimientos sociales en Buenos Aires. La selección de citas es caprichosa; toda obra de autor presenta contradicciones, cambios, superaciones; las interpretaciones no son menos unívocas. Sus palabras -junto con las de personas como Hess, Proudhon, Bakunin o su compañero Engels y tantas otras- constituyen los diálogos fundacionales del proyecto emancipador y libertario del siglo XIX, que forjó las bases de los movimientos sociales y políticos de las clases trabajadoras en los años posteriores.

¿Qué mejor para esta tarea que emprender el abordaje directo de sus textos? Tomaremos escritos que entendemos sobresalientes y luego, en nosotras y nosotros estará la elección de completar la formación y actualización según los problemas que encontremos en las luchas y el hacer social en general, en lo cotidiano, en el mundo del trabajo, en los proyectos o el estudio. Aquí, de manera simple pero con ambiciones se propone un acercamiento a los temas fundamentales de la política contemporánea; encontrar nuestras primeras respuestas y abrir un abanico de interrogantes hacia lecturas posteriores. Presentamos apenas una entre diferentes posibilidades, donde conviene remarcar que ningún recorte podrá suplantar la lectura de las fuentes, sobre todo ante la riqueza, belleza y claridad de los textos de Karl Marx, que entendemos son insustituibles y en la mayoría de los casos, suficientemente claros como para abordarlos con entusiasmo.

La concepción materialista de la historia y la sociedad.

La especie humana, personas en sociedad.

Las líneas que siguen pueden considerarse una aceptable concepción de la sociedad y la historia, del desenvolvimiento de las personas, los seres humanos en el mundo. No contienen conceptos difíciles de comprender, ni supuestos que remitan a estudios profundos. Expresan el punto de vista materialista que alcanzaron Marx y Engels polemizando con los pensadores contemporáneos en el intento de entender la condición que había alcanzado la sociedad en su tiempo. Era el momento del despegue de un capitalismo voraz y arrasador. Allí están elementos conceptuales como lo histórico, el conflicto social, la inmanencia de la sociedad al mundo terrenal, la interacción continua de sus partes en una totalidad abarcadora; temas que irán desplegándose y enriqueciéndose en el tiempo. Marx y Engels en el libro “La ideología alemana”[1] usan un lenguaje más llano que en textos propios anteriores; dejan de usar algunas expresiones y conceptos con resabios idealistas que correspondían a una forma de pensar que superaban en esos mismos años. Allí precisan y complejizan nociones que retomarán en escritos posteriores. Ya se habían anticipado algunas nociones en los escritos críticos de la filosofía hegeliana, un primer estudio de la sociedad capitalista naciente y la situación de los seres humanos en ella; hablamos de la relación entre particulares y universales, entre individuo y sociedad, entre persona y comunidad. Desde muy joven, Marx emprendió el desmoronamiento de los fundamentos filosóficos de la concepción tradicional del estado en sus estudios económico-filosóficos y sobre el derecho[2]. Se afianzaban los estados y un sistema político donde la igualdad ciudadana parecía abrir la puerta al reino de la libertad, pero las desigualdades sociales aumentaban sin freno. Desde un minoritario rincón se intentaba edificar un mundo igualitario y se estudiaba el entramado político con vistas a transformarlo. La religión, el estado, el mundo del trabajo eran sus blancos iniciales. En ese camino, en los estudios de Marx hay una concentración paulatina de la atención en la forma específica de producir del capitalismo mercantil y sus actores principales: las personas trabajadoras, las clases productoras. Siempre junto a Engels, durante toda su vida va a tender una línea de desarrollo coherente que se resumirá finalmente en “El capital”. Críticamente, Marx trabajará sobre la conceptualización del proletariado naciente, hasta alcanzar la compleja teorización que anticipará la constitución del actual obrero social, colectivo y global del mundo de hoy.

1. a. Praxis

Desde un punto de vista materialista, la especie humana es una parte integrante del ordenamiento natural. Todas las personas de este mundo, en el pasado, ahora y siempre, surgen en la naturaleza; no hay ninguna instancia relacionada a sus vidas que se encuentre fuera de este orden histórico y natural. Aun las producciones culturales de las sociedades son parte del mundo terrenal y es impensable suponerlas ajenas. Lejos de ser creación desde la nada, o haber sido fruto del capricho de una voluntad superior, el devenir natural del mundo motivó su aparición. En el largo proceso de la historia del planeta, la humanidad emerge de manera natural y consecuente; no hay milagros. Contrariamente a las explicaciones religiosas donde predominan la inmutabilidad y las instancias trascendentes, el nacimiento y desarrollo de la humanidad en la naturaleza suponen el cambio continuo del universo material. Lo mismo se puede decir, luego, de su propia historia, la historia social.

Marx y Engels, en un libro que no pudieron publicar, La Ideología Alemana, expusieron las líneas básicas de sus pensamientos sobre la sociedad alcanzados hasta ese momento, la concepción materialista de la historia. Fue en 1946, polemizando con diferentes pensadores contemporáneos de la izquierda hegeliana, a la vez según sus palabras ajustando cuentas con su conciencia filosófica anterior.

Su punto de partida adelanta todo un programa metodológico, fundado en la primacía de la práctica y lo material sobre la idea o las producciones mentales. Vamos a tomar de allí el capítulo conocido como Feuerbach, quien fue un filósofo que los precedió en la crítica a la religión y al idealismo; inspirador de todos los socialistas del momento. Ludwig Feuerbach, marcó el sendero hacia el materialismo de Marx, señalando que el pensamiento solo puede existir a través del ser, de lo existente. El idealismo filosófico y la religión funcionan de manera opuesta, donde entidades sin carne aparecen como hacedoras principales de lo existente; donde se deduce lo concreto partiendo de lo abstracto. Escriben Marx y Engels:

“Partimos de premisas que no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Los individuos son reales, como su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado ya hechas, como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.

La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado que cabe constatar es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su relación con el resto de la naturaleza. No podemos entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura física de las personas mismas ni las condiciones naturales con que ellas se encuentran: las geológicas, las orohidrográficas, las climáticas y las de otro tipo. Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia por la acción de las personas.”

 La exposición comienza con una llana y directa invocación a una práctica, la observación de los hechos y procesos reales de la vida social. Son los puntales de la ruptura con los métodos del pensamiento especulativo anterior, y aquí especulativo podría reemplazarse por quimérico, sin base real. Consecuentemente, Marx y Engels fijan la atención en la concreta acción humana y sus modalidades según los condicionamientos naturales e histórico-sociales; que se repita el término modo o se atienda a la forma no es casualidad. Los individuos no son distintos de lo que hacen, sus modalidades de ser y de aparecer también constituyen su existencia.

Nos sigue diciendo:

“Podemos distinguir las personas de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero las personas mismas comienzan a ver la diferencia entre ellas y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, la persona produce indirectamente su propia vida material.

El modo de producir los medios de vida de las personas depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir. Este modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos.

Los individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción. Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un trato entre los individuos. La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.”

Permanentemente producido por su propia acción, el ser humano es un ente engendrado pero también autocreador; que se opone a la naturaleza y la transforma, en función de sus necesidades y posibilidades. Así, de acuerdo a sus facultades, disposiciones, capacidades e impulsos, irá constituyéndose como permanente resultado de su interacción en el medio donde se encuentra. En su hacer, mantiene una relación de transformación con el mundo; en la medida de lo posible lo adapta a sus necesidades, lo cambia  en función de sus fines. Así se distingue de las demás especies; su operación activa es consciente y voluntaria, mientras que el animal se adapta pasivamente a ese mundo. Esta práctica única y singular es el trabajo.

El proceso de trabajo es la actividad transformadora de los objetos de la naturaleza; por medio del trabajo, las mujeres y los hombres a lo largo de la historia la han puesto a su servicio, creando un mundo objetivo que se puede pensar como distinto al puramente natural. En esta práctica de relacionarse y operar con su entorno se fue perfeccionando todo un sistema de instrumentos, técnicas y relaciones con sus pares que se hizo progresivamente más complejo, hasta formar el conjunto de instituciones y organizaciones sociales del presente.

Entonces, es cierto que las personas son producto del medio en el que están, pero también ellas mismas intervienen en ese hacer. Fundamentalmente porque producen sus medios para vivir y reproducirse, para desarrollarse. Sus condicionamientos, determinaciones, límites y posibilidades serán también resultado permanente de este proceso, que es social, cultural. La vida social está dada, configurada por estas relaciones donde cada persona es nudo de relaciones, y no hay existencia humana alguna fuera de ellas. Se puede decir que la sociedad es el nexo o el soporte de las relaciones entre las personas, entre los individuos que la integran; la sociedad es un continuo resultado. La sociedad no es: va siendo.

“Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican de un determinado modo a la producción, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de falsificación ni especulación, la relación existente entre la estructura social y política, y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.”

Se señala al trabajo como factor de la diferencia radical entre los seres humanos y el resto de las especies. El animal resuelve sus necesidades de manera inmediata, sin mediaciones tales como una herramienta o un plan; además, al cubrir instintivamente sus propias necesidades el animal no “sabe” de su especie, ni de su conservación y reproducción. Los seres humanos se distancian de aquella inmediatez. Esta modalidad de satisfacción de necesidades -pasible de planificación colectiva- supone el saberse parte de una especie, y de la inscripción en una historia común por parte de las personas. En ese movimiento de producción de lo social, se crean las ideas.

“La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparecen, al principio, directamente entrelazadas con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato espiritual de los hombres se presenta aquí todavía como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas. La conciencia jamás puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.

Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida.”

A partir de lo que las personas hacen, de su vida real, de su existencia, Marx propone deducir sus ideas e ilusiones, las explicaciones ideológicas distorsionadas de la realidad social, que el idealismo y el materialismo anterior tomaban por realidades primeras. Las instituciones resultantes de la convivencia en sociedad son generadas en el hacer material cotidiano, sean organizativas, normativas, el lenguaje o las propias representaciones; también las religiones y las cosmovisiones políticas.

Su análisis veta de raíz la posibilidad de sostener cualquier autonomización absoluta en el devenir de esas ideas, que era parte del problema de la filosofía alemana continuada por sus contemporáneos y que Feuerbach comienza a cuestionar de manera incompleta. Este es uno de los pocos lugares donde Marx se refiere tan directamente a la ideología como para permitirnos avanzar en una definición. En un principio entonces, la ideología sería ese bagaje de ideas asumido en el proceso histórico social, condicionado por la propia forma y organización de ese proceso. La ideología no puede entonces estar desligada del hacer; Marx postula una fuerte unidad entre el ser y el aparecer. Apunta a las relaciones fundantes entre las personas, sus actos, sus intercambios, la producción de sus vidas, y cómo aparecen o mejor dicho como esas personas ven y entienden esas relaciones, y como aparecen en el ámbito social: de cómo hacen y producen a cómo se ven hacer y producir.

Se abre entonces el camino para pensar las distorsiones entre el hacer social y las conceptualizaciones que se producen de ese hacer, lo ideológico. Atendiendo a esa metodología, está claro que los resultados no serán nunca saberes válidos para todo tiempo y espacio, sino situados en la historia, sujetos a cambios, ligados a las diferentes especificidades.

“También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y ligado a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como si fuera un individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia. Y este modo de considerar las cosas posee sus premisas. Parte de las condiciones reales y no las pierde de vista ni por un momento. Sus premisas son los hombres, pero no tomados en un aislamiento y rigidez fantástica, sino en su proceso de desarrollo real y empíricamente registrable, bajo la acción de determinadas condiciones.

La moral, la religión, la metafísica, son llamadas ideologías y tienen su raíz en la producción material de la vida de las personas y sus relaciones. Finalmente, como en el principio del texto, pero con determinaciones más ricas en contenido, las premisas de todo el análisis están en lo empírico y material, en la vida real de personas situadas y concretas. Se establece la práctica como factor de cambio, donde la acción material será el lugar del hacer y no el terreno escindido del pensamiento, el ámbito puro de las ideas. Allí, el pensar también entra en juego en carácter de práctica; a ese hacer-pensar se lo llamará praxis. Si la vida determina la conciencia, no hay otra esencia que no sea la vida, las relaciones, el continuo desenvolvimiento individual y colectivo, puesto que la conciencia no debe pleitesía a ninguna instancia trascendente.

1.b. Historia.

Estamos en condiciones de avanzar en el análisis del devenir social. La historia es lo que las personas, los pueblos, las naciones hicieron en sus vidas; tanto individual como colectivamente. Allí está su carácter materialista, en los hechos. La clave para entenderla, no está ni en los conceptos e ideologías -acuñados en el propio devenir- ni en un sistema general abstracto aplicable a todo momento y lugar, producto de la especulación. No hay un sistema general de la historia en la propuesta de Marx. Un sistema que todo lo abarque, aplicable en todo momento, debería prescindir de cualquier contenido particular que lo contamine. No es lo que buscó encontrar Karl Marx. Tampoco el secreto está en ninguna instancia trascendente, ni en un destino prefijado o un poder espiritual que maneje destinos y suertes, ni en el plan primordial de alguna divinidad. La historia siempre es terrenal y situada.

[…] La primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que las personas se hallen, para “hacer historia”, en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir la producción de la vida material misma […] Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad, la acción de satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello conducen a nuevas necesidades […] El tercer factor que aquí interviene desde un principio en el desarrollo histórico es que las personas que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a crear a otras personas, a procrear: es la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos, la familia […]

La familia, primer lazo social, fue perdiendo preeminencia con el crecimiento poblacional y el intercambio entre grupos, pueblos y naciones. Al aparecer nuevas necesidades y siendo más complejas sus satisfacciones, se impulsa el desarrollo de la técnica. Las modalidades de producir fueron variando con el aumento de la división del trabajo y las diversas formas de propiedad privada; en ese devenir se dan las formas de cooperación que Marx llamó fuerzas productivas, un concepto central para él.

La división del trabajo comenzó en sus orígenes como división sexual del trabajo, adoptando nuevas separaciones y oposiciones por ejemplo entre campo y ciudad o entre el trabajo mercantil y el industrial. Así la propiedad tribal, la comunitaria, la feudal y luego la propiedad privada burguesa son las formas que Marx enumera de manera general. Modos de estructuras sociales en el desarrollo histórico, en diferentes momentos en el tiempo y en diversos lugares con sus respectivas particularidades. Conviene aclarar que aquí no hay lugar para lecturas que prescindan del movimiento y la materialidad de las diferentes formaciones; no se pueden olvidar las particularidades de cada formación. No tratamos con conceptos ideales que se hacen realidad como modos de producción terrenos. No hay particulares que replican modelos ideales; las formaciones no son estructuras fijas que responden a modelos también fijos.

Por lo demás, estos tres aspectos de la actividad social no deben considerarse como tres peldaños distintos, sino sencillamente como eso, como tres aspectos o […] como tres “momentos” que han coexistido desde el principio de la historia y desde el primer hombre y que todavía hoy siguen rigiendo en la historia. La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación —de una parte, como una relación natural, y de otra como una relación social—; social, en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cuales-quiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un determinado modo de producción o una determinada fase industrial lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o un determinado peldaño social, modo de cooperación que es a su vez, una fuerza productiva […]

En resumen, en todo momento de la historia, se encuentran tres aspectos de la reproducción social: la producción de los medios de vida, la satisfacción de las necesidades, y la procreación o reproducción de la especie. En ese proceso continuo se dan diferentes formas de cooperación con sus respectivos niveles de potencialidades alcanzados. Marx presenta a la división del trabajo como un aspecto de la propiedad privada; desarrollo que contiene la tensión antagónica entre por un lado los intereses individuales de las personas y grupos dominantes, y en su opuesto los intereses colectivos de la comunidad. Comunidad que veremos no es una entidad ideal o abstracta. Una nueva modalidad de fuerza productiva, es en la sociedad una reconfiguración de las maneras de dividir, de separar el trabajo que resulta de esas tensiones.

Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido.

La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo demás, división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta.

La división del trabajo lleva aparejada, además, la contradicción entre el interés del individuo concreto o de una determinada familia y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí, interés común que no existe, ciertamente, tan sólo en la idea, como algo “general”, sino que se presenta en la realidad, ante todo, como una relación de mutua dependencia de los individuos entre quienes aparece dividido el trabajo. Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de que, mientras los hombres viven en una sociedad formada espontáneamente, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo espontáneo, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que le sojuzga, en vez de ser él quien lo domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto y del que no puede salirse …

En la historia general de la humanidad, si tenemos que señalar un motor de todo lo que sucede, ese motor estará en el hacer material, cotidiano y continuo; si queremos explicarlo, como lo hará Marx señalando la lucha de clases como factor principal, debemos buscar allí. No será buscando en las ideas, en los relatos o en instancias trascendentes propias de lo religioso. El concepto de lo histórico, la noción de historia es crucial en su explicación de lo social. Lo atraviesa permanentemente en cada línea de exposición.

La frase que sigue a nuestra cita anterior es la siguiente:

el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida;

Esta plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de nuestro propio producto en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior.

Precisamente por virtud de esta contradicción entre el interés particular y el interés común, cobra este último, en cuanto Estado una forma propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, una forma de comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales como la carne y la sangre, la lengua, la división del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, como más tarde habremos de desarrollar, a base de los intereses de las clases, ya condicionadas por la división del trabajo, que se forman y diferencian en cada uno de estos con-glomerados humanos y entre las cuales hay siempre una que domina sobre todas las demás.

De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases. […]

Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a implantar su domi-nación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar, a su vez, su interés como interés general, cosa que en el primer momento se ve obligada a hacer. Precisamente porque los individuos sólo buscan su interés particular, que para ellos no coincide con su interés común, y porque lo general es siempre la forma ilusoria de la comunidad, se hace valer esto ante su representación como algo «ajeno» a ellos e «independiente» de ellos, como un interés «general» a su vez especial y peculiar, o ellos mismos tienen necesariamente que moverse en esta escisión, como en la democracia.

Por otra parte, la lucha práctica de estos intereses particulares que cons-tantemente y de un modo real se oponen a los intereses comunes o que ilusoriamente se creen tales, impone como algo necesario la interposición práctica y el refrenamiento por el interés «general» ilusorio bajo la forma del Estado.

El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos.

1.c La formación de la conciencia y los antagonismos sociales.

Solamente ahora, después de haber considerado ya cuatro momentos, cuatro aspectos de las relaciones originarias históricas, caemos en la cuenta de que el hombre tiene también conciencia. Pero, tampoco ésta es desde un principio una conciencia pura. El espíritu nace ya tratado con la maldición de estar “preñado” de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios de relación con los demás hombres.

Donde existe una actitud, existe para mí, pues el animal no tiene actitud ante nada ni, en general, podemos decir que tenga actitud alguna. Para el animal, sus relaciones con otros no existen como tales relaciones. La conciencia, por tanto, es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La conciencia es, en principio, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensorio que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de sí mismo; y es al mismo tiempo conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que la actitud de los hombres es puramente animal y al que se someten como el ganado; es, por tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión natural).

Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural o esta determinada actitud hacia la naturaleza se hallan determinada por la forma social, y a la inversa. En este caso, como en todos, la identidad entre la naturaleza y el hombre se manifiesta también de tal modo que la actitud limitada de los hombres hacia la naturaleza condiciona la limitada actitud de unos hombres para con otros, y ésta, a su vez, determina su actitud limitada hacia la naturaleza, precisamente porque la naturaleza apenas ha sufrido aún modificación histórica alguna. Y, de otra parte, la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con los individuos circundantes es el comienzo de la conciencia de que el hombre vive, en general, dentro de una sociedad. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida social, en esta fase; es, simplemente, una conciencia gregaria, y, en este punto, el hombre sólo se distingue del cordero por cuanto que su conciencia sustituye al instinto o es el suyo un instinto consciente.

Sus conflictos y problemas son el impulso permanente hacia adelante en la sucesión de los hechos de su reproducción, sea que hablemos de las personas, sea que lo hagamos de la especie en su conjunto, de pueblos o naciones.

La división del trabajo.

Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla y se perfecciona después, al aumentar la productividad, al incrementarse las necesidades y al multiplicarse la población, que es el factor sobre que descansan los dos anteriores.

 A la par con ello se desarrolla la división del trabajo, que originariamente no pasaba de la división del trabajo en el acto sexual y, más tarde, de una división del trabajo espontáneo o introducida de un modo “natural” en atención a las dotes físicas (como la fuerza corporal), a las necesidades, a las coincidencias fortuitas, etc.

La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo material y el mental. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que representa realmente algo sin representar algo real; desde este instante se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría “pura”, de la teología “pura”, la filosofía “pura”, la moral “pura”, etc.

Pero, aun cuando esta teoría, esta teología, esta filosofía, esta moral, etc., se hallen en contradicción con las relaciones existentes, esto sólo podrá explicarse por qué las relaciones sociales existentes se hallan, a su vez, en contradicción con la fuerza productiva dominante; cosa que, por lo demás, dentro de un determinado círculo nacional de relaciones, podrá suceder también por que la contradicción no se da en el seno de esta órbita nacional, sino entre esta conciencia nacional y la práctica de otras naciones; es decir, entre la conciencia nacional y la conciencia general de una nación (como ocurre actualmente en Alemania); pero, dado que esta contradicción se presenta como contradicción existente sólo dentro del cuadro de la conciencia nacional, a tal nación le parece que también la lucha se limita a dicha escoria nacional.

Por lo demás, es de todo punto indiferente lo que la conciencia por sí sola haga o emprenda, pues de toda esta escoria sólo obtendremos un resultado, a saber: que estos tres momentos, la fuerza productiva, el estado social y la conciencia, pueden y deben necesariamente entrar en contradicción entre sí, ya que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún, la realidad de que las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el trabajo, la producción y el consumo, se asignen a diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan en contradicción reside solamente en que vuelva a abandonarse la división del trabajo. Por lo demás, de suyo se comprende que los “espectros”, los “nexos”, los “seres superiores”, los “conceptos”, los “reparos”, no son más que la expresión espiritual puramente idealista, la idea del individuo imaginariamente aislado, la representación de trabas y limitaciones muy empíricas dentro de las cuales se mueve el modo de producción de la vida y la forma de relación congruente con él.

Los antagonismos en la sociedad, el estado.

Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido.

La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo demás, división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta.

La división del trabajo lleva aparejada, además, la contradicción entre el interés del individuo concreto o de una determinada familia y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí, interés común que no existe, ciertamente, tan sólo en la idea, como algo “general”, sino que se presenta en la realidad, ante todo, como una relación de mutua dependencia de los individuos entre quienes aparece dividido el trabajo. Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de que, mientras los hombres viven en una sociedad formada espontáneamente, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo espontáneo, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que le sojuzga, en vez de ser él quien lo domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.

Con la creación de ese mundo objetivo, distinto al mundo natural, específicamente del ámbito humano, va desenvolviéndose el proceso histórico, como desarrollo cultural. Edificaciones, vestimentas, adornos, normas de conductas, juegos, símbolos o ideas. Este universo de objetos creados, producto de la práctica material adquiere su propia dinámica y aparece como una naturaleza enfrentada y opuesta a los sujetos que la generan. Nacemos en un mundo hecho que no elegimos ni podemos manejar individualmente en su totalidad. Se trata de una compleja estructura social con la apariencia de ser independiente de las personas; decimos que adquiere su propia dinámica pero de ninguna manera podemos deducir que corta su lazo con el conjunto de relaciones y haceres de la sociedad, con la acción de las personas.

Esta plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de nuestro propio producto en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior.

Precisamente por virtud de esta contradicción entre el interés particular y el interés común, cobra este último, en cuanto Estado una forma propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, una forma de comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales como la carne y la sangre, la lengua, la división del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, como más tarde habremos de desarrollar, a base de los intereses de las clases, ya condicionadas por la división del trabajo, que se forman y diferencian en cada uno de estos conglomerados humanos y entre las cuales hay siempre una que domina sobre todas las demás.

De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases. […]

Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar, a su vez, su interés como interés general, cosa que en el primer momento se ve obligada a hacer. Precisamente porque los individuos sólo buscan su interés particular, que para ellos no coincide con su interés común, y porque lo general es siempre la forma ilusoria de la comunidad, se hace valer esto ante su representación como algo “ajeno” a ellos e “independiente” de ellos, como un interés “general” a su vez especial y peculiar, o ellos mismos tienen necesariamente que moverse en esta escisión, como en la democracia.

Por otra parte, la lucha práctica de estos intereses particulares que constantemente y de un modo real se oponen a los intereses comunes o que ilusoriamente se creen tales, impone como algo necesario la interposición práctica y el refrenamiento por el interés “general” ilusorio bajo la forma del Estado.

El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos.


[1] La ideología alemana.

[2] Manuscritos económico filosóficos.

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