Por Fernando Gargano
Especial para El Margen
Actualmente, en nuestro fin del siglo, la inmensa mayoría de los seres humanos vive una situación de desgarramiento, de falta de sentido en su hacer; existe un clima de renuncia a luchar por la construcción del propio destino. No hay apropiación de los mecanismos sociales de decisión, en manos de unos pocos, y predomina una sensación de inviabilidad en todo tipo de alternativa, de impotencia y resignación ante la construcción de un proyecto colectivo. Sin embargo, mientras una pequeña minoría parece haber triunfado definitivamente, la sociedad pasa por una enorme crisis, clara muestra de una resistencia que no cesa: el proceso social está abierto.
El pensamiento filosófico puede ser una herramienta para cuestionar los supuestos que permiten a esa minoría mantener su situación de privilegio, revisar las alternativas radicales –que por cierto existen- a las formas de organización imperantes y vislumbrar soluciones. En ese camino, queremos acercarnos a la relación entre el conocimiento de la sociedad y su cambio radical, a las prácticas que lo realizan.
Partimos de saber que existe una profundísima división social entre los dominadores -con su casta política profesionalizada que dirige y administra- y la heterogénea mayoría oprimida, una gran variedad de grupos marginados de toda influencia en las directivas generales, que no se reconocen como posibles sujetos del cambio.[1]
¿Cómo volver inaceptable la visión acrítica del mundo que postula una unidad vacía y errónea de todos los seres humanos, idílica –iguales ante la ley, unidos, en comunidad armónica- cuando el cuestionamiento mismo de esas verdades es el cuestionamiento a la legitimidad impuesta desde el poder (estado)? Más difícil aun, cuando la división social se fundamenta en diversos saberes encubridores, y en innumerables prácticas cotidianas que refuerzan el automatismo reproductor del orden; las cosmovisiones establecidas, la lógica del pensar al mundo son los pilares de su reproducción.[2]
Las formas de gobierno y organización social no están desligadas de las formas del pensar, ya que no todo el dominio pasa por la coerción directa; así, una de las tareas del presente es el estudio y la desarticulación de las pautas de hegemonía cultural imperantes[3].
Si además aceptamos que el pensamiento no es sujeto ni se despliega por sí mismo como sostenían las filosofías idealistas, ¿cuáles son los agentes que llevarán a cabo las transformaciones reclamadas? Si cuestionamos la idea de comunidad sin antagonismo, y planteada la cuestión de clase con la ubicación del pensamiento en la esfera de las prácticas colectivas de agentes que cooperan, queda por buscar, desde el seno mismo de su constitución, la auto explicación de los agentes sociales vinculados al mundo del trabajo, en tanto hacedores del mundo. Ya desde ese punto, se podrá fundar una nueva legitimidad basada en el igualitarismo, contra el dominio y la opresión.
[1] Aceptamos la denuncia primordial de anarquistas y socialistas: la sociedad está dividida en clases, y la lucha entre ellas es su propio desarrollo, su historia. Hay diversos textos de Marx y Bakunin al respecto, nosotros tomamos Bakunin, Dios y el Estado, Altamira, Buenos Aires, 1990, y Marx y Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Anteo, Buenos Aires 1986.
[2] Es tema de la filosofía la cuestión del capitalismo por la cual las apariencias fetichizadas son también, su propia realidad. Es importante de Lukács, Historia y conciencia de clase, México, Grijalbo, 1969, y por supuesto algunos pasajes de El Capital de Marx.
[3] Gramsci y Webber son obligados referentes de la cuestión, cada cual desde su punto de vista, para iniciar la cuestión. Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Nueva Visión, Buenos Aires, 1997 y Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Editorial Revista de Derecho Privado. Madrid, 1951.
Fernando Gargano
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