Apenas unos días antes
de las medidas gubernamentales
contra la pandemia.
Decenas de personas intentan subir al tren
en la estación Piedras.
No lo logran. Solo tres de ellas desisten
y escapan al encierro.
Buenos Aires hora pico.
La negación y el rechazo, en determinadas situaciones, pueden ser muy buenos indicadores del grado de libertad de las personas. La aceptación pasiva está apareada sin conflicto a lo puesto, a lo hecho o lo dado; pero contrariamente, el grito de rechazo es el principio de la libertad. Sin desobediencia no hay superación de la tradición, y en las sociedades desiguales tradición es conservación. Esto último es una obviedad lógica, pero no está de más recordarlo. Infinidades de veces nuestras aceptaciones son bajo coerción; cotidianamente decimos si para que los sistemas no vuelen por los aires, como si no estuviésemos preparados para enfrentar el caos. Pero existen límites. Las pulsiones de vida tarde o temprano aparecen, y en épocas de pandemia todo puede pasar.
La cotidianeidad nos regala infinidad de situaciones que merecen un no. ¿Quién no ha visto cruzar a oficinistas presurosas las avenidas más arteras sin respetar las luces rojas para llegar temprano a sus trabajos? Subir un andamio sin arnés o coser en una máquina de la que se sospecha está electrificada no son inventos. Desestimamos los riesgos porque la máquina no puede parar. En un pasado los trenes suburbanos iban colmados de pasajeros flameando en sus exteriores o colgados a la locomotora en cuanto hueco encontraran. Hoy los trenes subterráneos a las horas pico encierran cantidades inimaginables de personas por metro cuadrado. Ya hubo accidentes devenidos tragedias.
En estos días, vivimos una inédita situación de pandemia. ¿Cómo se reaccionará ante esas disyuntivas entre seguir cual relojes o decir ya no más? Sabemos que hay límites y en épocas de crisis aparecen; mejor dicho de emergencia de las crisis, porque crisis hay siempre. El capitalismo es crisis, y disyuntivas también hay siempre. Yendo más lejos: ¿qué pasará después?
Podríamos escribir mil líneas sobre la dialéctica negativa, muy presente en el pensamiento político contrasistémico. Quienes somos nietas y nietos de Bakunin podemos traer unas simples palabras suyas: la humanidad es la negación progresiva y reflexiva de nuestra animalidad. Acercándonos en el tiempo, uno de los filósofos más importantes del siglo pasado, Adorno, hablaba de dialéctica negativa: a partir de una razón contradictoria -dialéctica- y negativa -ya que se cuestiona críticamente lo dado- presenta una filosofía contra el sistema dado.
Se preguntará: ¿hace falta ir tan lejos? Sí y no. Nuestro presente merece e implora ser cuestionado si se lo quiere digno de ser vivido. De alguna manera quienes amamos la libertad y sabemos que el rechazo es fuente y origen de todo orden diferente y antagónico esperamos al menos que una gran parte de la población aproveche estas oportunidades históricas para decir no y plantear la vida. Apenas nos gustaría ver alguna muestra de dignidad en quienes después de todo un día de hablar de pandemia y desencantarse con las suspensiones de eventos deportivos o musicales, suben a esos trenes subterráneos con aires viciados, apretados en soluciones de seis personas por metro cuadrado o corren a abarrotar supermercados para abastecerse ante no se sabe qué.