¿Volver a la normalidad?
En los primeros días de 2020 comenzaron a difundirse noticias de personas infectadas por el virus COVID-19, todavía muy lejos de Argentina. A poco más de tres meses, en los primeros días de Abril, vemos que el mundo es otro. Es el mismo, pero otro. Es difícil suponer que las relaciones entre las personas, entre estados y el nexo naturaleza sociedad, continúen como hasta entonces. Aun cuando no se pueda afirmar nada certero sobre lo que sobrevendrá o logremos constituir.
El orden resultante será función -como en cada crisis- de la puja de fuerzas sociales existentes, esta vez en un escenario novedoso y hostil para las partes. Para todas las partes. Es imprescindible reflexionar sobre estas configuraciones, revisar las premisas y vislumbrar las posibilidades de intervención de los diversos agentes ya que es mucho lo que se está afirmando, y muy poco lo deliberado; sobre todo entre las grandes mayorías.
El mundo que emergió ante nuestras miradas, en este breve lapso de pandemia, es maravilloso. ¿Qué paisaje tenemos estos días? Especies en camino de extinción recuperaron espacios vitales para su reproducción, han reaparecido cumbres que estaban ocultas tras la polución del cielo, ríos que parecían muertos son transitados por peces, tortugas y aves. En India se puede ver la cordillera del Himalaya desde lugares antes vedados. Han sido vistas y fotografiadas especies que por años no asomaban al ojo humano. En Argentina, en el río más contaminado del mundo, aparecieron cardúmenes de peces y en una conocida vuelta del Río de La Plata se vieron tortugas y peces. Los estragos sufridos por el modo de producir contemporáneo han retrocedido considerables pasos si se tiene en cuenta el poco tiempo desde el parate productivo.
Celebramos que los niveles de contaminación desciendan, y es bello saberlo, pero lo que decimos podría ser condenable y discutible como verdad porque es claramente parcial y esconde el marco situacional. Sin embargo, este fenómeno ¿no es el sueño y el proyecto de tantos movimientos sociales, ecologistas y de personas críticas respecto de la violencia sistémica (política) que afecta cada día al planeta? ¿Podemos decir que es saludable para la naturaleza sabiendo de millares de muertes en todo el planeta y de las perspectivas apocalípticas si la pandemia no logra ser controlada? Sí y no. Lo que decimos es verdad, en su unilateralidad, y falso desde cierto sentido común puesto que toda maravilla se opaca con las vidas perdidas y los límites que encontramos para desarrollar con relativa calma la vida que llevábamos. A la vez: ¿Este sentido común no se alarma por los brotes de dengue o la falta de agua en cientos de localidades? ¿Qué ocurre hoy?
Aquí es donde comienzan los conflictos sobre la resolución del problema. Los sectores hegemónicos de la producción plantean una vuelta a la normalidad. Los gobiernos, resultados de las diversas tensiones, han devenido en renovadas versiones del bonapartismo; esto es: aparentes árbitros independientes en los enfrentamientos entre las clases trabajadoras y aquellos poderes económicos. En esta puja, el ámbito deliberativo queda desdibujado e impotente. Ha ocurrido así en diversos países y la norma extendida parece ser un alineamiento con los oficialismos en el comando del problema para retomar producción y consumo.
El capital quiere recuperar sus niveles productivos y sus tasas de ganancias. Volver a la normalidad sin resignar sería desinvertir en derechos esenciales de la población y redirigir nuevamente los fondos a los diversos pagos de deudas, a dispositivos de control o la producción del mundo frívolo y consumista que conocemos. Lo normal hegemónico sería poner en cuestión el gasto público y la asistencia social. Volver al orden sería oscurecer nuevamente el cielo.
¿Esa normalidad se busca retomar? Serán los pueblos capaces de defender el nuevo estado de situación ambiental como si de conquistas se tratara. Sabemos que esas cuestiones solo están en agendas de grupos reducidos y específicos. Lamentablemente, estamos bajo los efectos del terror impuesto sistemáticamente por gobiernos y medios de comunicación. Sin embargo, esa muestra inesperada de los estragos de la producción capitalista en el medio ambiente puede ser incentivo para una sociedad que necesita ser sacudida en sus cimientos.
Hoy podría parecer que las preocupaciones por los niveles de contaminación no son centrales frente a la necesidad de camas en un hospital; eso es quedarse en el terreno de las apariencias. La pandemia que vivimos es producto del modo de llevar adelante la vida y las condiciones para enfrentarla no están desligadas de la defensa del ambiente. Los altoparlantes incitan a lavarnos las manos mientras cientos de pueblos y barrios carecen de agua; mientras tanto las empresas mineras disponen de volúmenes inconmensurables de ese elemento esencial. ¿Esa precariedad se quiere retomar?
En este marco mientras los canales de televisión están modulados totalmente por la pandemia y cuando se expande rápidamente un control omnipresente sobre todas las esferas- el pensamiento autónomo, crítico o emancipador está obligado a luchar por precondiciones de generación y despliegue; las organizaciones sociales que rechazan el desenvolvimiento corriente de la sociedad tienen el desafío de crear para sobrevivir, inventar y reinventarse para no perder lugar. La salida necesariamente está adelante.
Un mundo vulnerable.
La situación ha expuesto un cúmulo de vulnerabilidades en el ámbito de la salud, así como la peligrosidad del hacinamiento en los medios de transporte y la situación precaria de millones de personas que han perdido sus derechos esenciales, todo ello sin ningún tipo de estructura para soportarlo. Enormes masas de la población no tienen acceso a elementos básicos de higiene, salud; también hay enormes carencias alimentarias. La gravedad es tal que sectores del propio sistema expresaron pensamientos cuyo desenvolvimiento lógico llevaría a admitir la inconsistencia del sistema, y ese no es un dato irrelevante. Al discutir el tema de la riqueza, desde espíritus reformistas de redistribución se desnudan situaciones que el capitalismo no puede resolver; los gobiernos se ven obligados a contener los latentes estallidos sociales esperables haciendo esfuerzos para mantener intacta la situación jurídica de la propiedad o la cuestión de la producción[1]. En nuestro país se esbozó la posibilidad de volver públicos los sistemas privados de salud; el intento duró un suspiro y apenas lo mencionamos como una muestra.
Hay una vulnerabilidad más peligrosa que tiene que ver con un aumento sin retorno aparente del control de las personas bajo el manto de la protección. La experiencia indica que cada avance sobre el control social luego no cede terreno. La oposición falsa entre economía y salud oculta la oposición real que están produciendo entre vida biológica y vida social. Intentos de reclusión de las personas ancianas, restricciones de tránsito en lugares despoblados donde la pandemia no llegó ni es probable que llegue; regiones enteras sin infecciones bajo las mismas políticas que barrios superpoblados de las grandes urbes. Hay una violenta homologación de seres y regiones que no responde a igualdades reales y niega las particularidades, las perspectivas diferentes y los deseos de comunidades y personas. Se llegó al límite de indicar mediáticamente cómo desarrollar la actividad sexual o cómo ejercitar la vida social afectiva, en este caso con la asistencia de un voluntariado al mando del estado para ayudar a personas ancianas.
En nombre de la crisis de la humanidad se apela a la voluntad general de la población para salir adelante con cierta unidad para recobrar el orden. Sabemos muy bien que el bien común es una ilusión impuesta. Ahora preguntamos: ¿Ha elegido la población someterse acríticamente a cualquier designio de lo que aparece como nuevo poder ejecutivo sin contrapartes a la vista? La delegación imperante y el descompromiso ante el control de resortes básicos de la vida de las personas se combinan perfectamente con los mandatos de obedecer, permanecer informados, y los pedidos de quietud y disciplina. Pero no en todas las situaciones y cotidianeidades se puede convertir a las personas en terminales de una red informática, sea tras un teléfono, un televisor o una computadora. Ni siquiera semejante dominio sería eficaz y posible en las condiciones actuales de nuestros países precarios. ¿Por qué las gestiones juegan semejante ficción? Se habla de teletrabajo, de teléfonos para diversas solicitudes, de portales para ayudas inaccesibles, de accesos a dineros que no llegan. ¿Qué ocurrirá cuando esas ficciones se metamorfoseen en sus frustraciones correspondientes?
Dos elementos permiten vislumbrar el escenario futuro que plantean los gobiernos. El tratamiento del problema sanitario en términos de guerra, usando su léxico, lógica y su aparato institucional es solidario con las tareas de asistencia que las fuerzas armadas tomaron en la escena. La militarización de barrios y poblaciones será una tendencia y desnuda la negación del estado a perder cualquier tipo de autonomía en beneficio de las organizaciones sociales, los movimientos con inserción territorial, o instituciones como sindicatos y escuelas. Hacerlo –para el estado- implica un reconocimiento de su necesidad, no hacerlo significa en muchos casos el abandono de sectores altamente vulnerables.
La ciudadanía –para hablar en términos muy generales- está desprotegida y desarmada, pero más grave aún, no tiene voz ni pensamiento en esta situación. De aquel mundo pasado se conserva algo fundante del orden: la delegación y el poco espacio para las decisiones en la población en general. Acá parece haberse impuesto esa máxima hobessiana del soberano como aquel que sostiene la espada cuando todos aceptan bajarla y dejar que aquel gobierne. Y mientras el soberano comanda y vela por los sueños de una población aterrada, el espectáculo sigue su función. Merecemos discusiones más potentes que las que atañen a un barbijo, las invitaciones a tener sexo virtual o como entretener infantes. La banalidad como momento constitutivo de las sociedades espectaculares sostiene su inercia, puesto que también son y serán parte de un terreno de disputa: ¿De qué hablar y pensar? ¿Hasta dónde y en qué ámbitos?
El paralelo entre “el espectáculo debe continuar” y “la máquina productiva no puede detenerse” no es metafórico; son aspectos de un mismo proceso. En nuestro país se dio un caso paradigmático de nuestra idiosincrasia. Cuando en Argentina la junta de comandantes militares dio el golpe de estado en 1976, una de las primeras medidas fue llevar tranquilidad a la población y garantizar que el partido de futbol que esa tarde jugaría la selección iba a ser televisado en total normalidad. Uno de los primeros anuncios del presidente actual en el inicio de las medidas de seguridad fue garantizar el fútbol para que la población tuviese el entretenimiento suficiente para sobrellevar amenamente el encierro. No estamos diciendo que vivimos una dictadura, estamos señalando el espanto de la continuidad.
El pensamiento emancipativo y autónomo, su acción práctica.
Tomemos un tiempo para cuestionar los difusos conceptos que se ponen en juego. ¿Qué parte de la humanidad clama por volver la máquina a su normalidad? ¿Qué parte señala que volver es un riesgo y qué parte señala que seguir el paro es un riesgo? ¿Qué sentimientos tienen aquellas multitudes sin voz? ¿Cuáles son los riesgos en uno u otro caso? La humanidad como totalidad genérica es una abstracción, un postulado donde un juego de fuerzas y pujas tensionan antagónicamente. Bérgamo puede ser el símbolo de esa tensión, que nuestros clásicos llamaban lucha de clases.
El 19 de Febrero fue el famoso partido de fútbol que generó miles de contagios, nueve días después, en pleno brote, los industriales locales llamaban a bajar el tono y a desdramatizar. Bérgamo sufrió una tragedia evitable. Generalmente el resultado de esa puja no representa los sentires de las mayorías, pero se impone. Para el activismo, para la persona intelectual crítica, para las organizaciones antisistémicas, lo que decimos es una obviedad, pero el discurso disciplinador del orden ha desplegado (despliega cada día) un enorme potencial en la cuestión ideológica. En este marco, el pensamiento crítico y emancipativo tiene la oportunidad de intervenir y desplegar su potencial en todos los frentes posibles, si se sustenta en cierto monismo que contenga pensar y hacer.
Entendemos, quizás con cierto apresuramiento, que estamos ante un corte, una ruptura en el desenvolvimiento del mundo global capitalista. Son tiempos de preguntas y respuestas, de creación y de intervención. En ámbitos intelectuales y políticos se ha hablado de “emancipación o barbarie”[2] y “comunismos de nuevo tipo”[3] o de “humanismo o barbarie[4]”. Palabras. La “política” actual no parece estar dispuesta a abordar los contenidos posibles de esas palabras. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a avanzar desde los movimientos sociales antagónicos? Las preguntas que se desprenden, no por antiguas son menos pertinentes; apuntan al agente activo de esa emancipación, y qué grado de protagonismo tomarían. ¿Se trata de la clase obrera? ¿Se trata de alguna parcialidad de la humanidad comandada por algún gobierno que la represente? ¿Son posibles bajo los gobiernos actuales?
Sorprende que intelectuales que temían aislamientos y castigos ante el rechazo de pagos de deudas externas hoy hablen de emancipación como es el caso de Alemán; es demasiado banal para la gravedad del caso que en plenas disputas sobre mezquinas distribuciones de riqueza se hable de humanismo y no de clases. Hasta qué punto son efectivos los discursos duros con el neoliberalismo si callan las mínimas críticas al orden capitalista para no desequilibrar la fragilidad de nuestros tibios gobiernos. El capitalismo ha desnudado buena parte de su fragilidad. Fantaseando podríamos decir que el mito soreliano de la huelga general llegó inesperadamente mientras la propaganda proletaria estaba desprevenida. Esa fragilidad merece ser desarrollada. ¿Quiénes le temen a la barbarie y quienes plantean presurosos la necesidad de retomar la producción? ¿Qué grupos sociales tienen más que perder y quienes tienen todo por ganar en la resolución de la crisis? Estas son preguntas que pueden llevarse a todos los resquicios de la sociedad. Un punto de vista que contemple la totalidad, o buena parte de los aspectos constituyentes de la realidad, no solo tiene que aportar elementos previos a la emergencia de esta crisis sino que tiene mucho para decir acerca de las modalidades que se elijan para sobrellevarla.
No son tiempos de consignas o de universales abstractos. Desde diferentes lugares, en los movimientos sociales entendemos que el espejo crítico del pensamiento en la acción organizada tiene que apelar a su mayor creatividad para anticipar la grave situación que puede sobrevenir de un momento a otro. Si la política de gestión se mueve en el ámbito de las apariencias -gestiona lo existente visible y, en ese escenario, reinan los números- solo la acción organizada y presente -que trascienda las disposiciones mediáticas y digitales para hacer bastión en el seno propio de barrios, trabajos, escuelas y centros de reunión- podrá lograr que las políticas llevadas adelante sean función de los deseos y necesidades reales de esas bases sociales. Estamos muy lejos de vislumbrar una sociedad descentralizada y autoorganizada, pero estamos muy cerca de un escenario donde el capital arroje hacia esferas de pauperización y muerte a millones de personas, en su sueño ilusorio de emancipación. El capital ha demostrado que puede prescindir de enormes cantidades de vidas humanas, de valiosas vidas humanas. Pero sabemos bien que no puede prescindir del trabajo. No puede emanciparse del trabajo, el capital es trabajo pretérito. El trabajo sí puede emanciparse del capital.
Cerremos el texto con cierta esperanza. Entendemos que dada la enorme la variedad de necesidades que no pueden ser satisfechas por las actuales relaciones entre sociedad, gobierno y forma estado, un cúmulo de organizaciones, sectores y nuevos agentes tienen la palabra. Quizás sus razones sean la llave junto a lo que quede en pie del movimiento de trabajadoras y trabajadores, de generar algún tipo de contrapoder al comando capitalista. No creemos que la crisis pueda arrasar con la fuerza de los movimientos feministas, ecologistas, minorías reprimidas, estudiantes, diversos pueblos originarios o etnias marginadas en todo el planeta que la preexistían y aún viven.
16 de Abril de 2020
[1] Marx, al final del capítulo I de El proceso cíclico del capital, nos dice que la riqueza material que representan las reservas de mercancías concentradas en grandes cantidades es enorme, pero comparada con el flujo de la reproducción en su conjunto es ínfima. “…La amplitud del trabajo ya materializado revela la vastedad del proceso de reproducción y el grado de eficacia de su renovación…”. Dicho de otro modo, lo acumulado en dinero, sea el banco, sea en un cofre, no alcanzaría para resolver un tiempo prolongado de parate productivo. Ningún impuesto lo conseguiría. Karl Marx. (1987). El Capital. México: Siglo XXI. pp. 675.
[2] ”…En estos diferentes puntos encontramos algunos de los argumentos que constituyen el interrogante del siglo XXl: el valor de la vida humana en la Civilización construida en la Modernidad. Pero esta vez, como nunca ha ocurrido antes, depende de una elección forzada, Emancipación o Barbarie”. Jorge Alemán (15 de abril de 2020). Capitalismo e interrogantes. Página 12.
[3] Slavoj Žižek (3 de abril de 2020). Comunismo global o la ley de la selva. El coronavirus nos obliga a elegir. Periódico Sin Embargo.
[4] Humanismo o barbarie: Declaración de intelectuales y referentes sociales. (5 de abril de 2020). Página 12.
F. G.
Enero de 2020