Sublimación

Desde que llegó con la carta y el dinero, Sasha no había cumplido su promesa del llamado telefónico a Selmar. Un contrato tácito velaba que no fuese él quien promoviera el encuentro.

Las entrevistas que hizo en ese día confirmaron el paso de Reno por el Uruguay antes de escapar definitivamente a Europa. Mariel escribió durante un año falsas esquelas, que llevaron a los departamentos de policías rioplatenses a detener por unos días a un italiano prestamista llamado Reno Bonetti, abusador de obreros. Cuando la farsa se descubrió Reno se había disipado en el viejo mundo; Bonetti regresó a su casa que ya había sido desvalijada por los anarquistas montevideanos.

Selmar caminó las cuadras desde la estación hasta su casa con pasos largos y apurados; el viento frío en sus ojos cansados le apuraba el sueño. Su deseo lo invitaba a una indisciplina a la cual no cedería, quería tomar su vaso de caña antes de terminar la cena -que ni diseñada estaba para entonces- y dejar las noticias de la radio para el día siguiente. Quería ir directamente al estante de los discos y buscar una pista con saxo que lo lleve directamente a la mañana siguiente con el pecho caldeado por el licor. Lo hizo sabiendo que el hambre le jugaría a traición rondando el alba, sabiendo que serían dos los vasos, o tres o todos.

Antes de dormirse en el sillón levantó la púa que rebotaba una y otra vez en la etiqueta del vinilo y llevó el cuaderno de poesías a su mesa de luz. “Tengo ganas de verte”, escribió entre dormido sin saber si la luz ya estaba apagada y si había respetado la línea del renglón.

Por la noche, en una de sus pocas vueltas y sin saber si la luz estaba encendida o apagada, tachó levemente “verte” y escribió “besarte”, y se durmió escuchando el saxo que lo acompañó durante el día, durante el viaje, y en la cena que no fue.

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