Prensa, prensa

Las mejillas de Sasha descansan en la almohada, las débiles luces de la calle burlan la cortina; suspendida en el silencio, alterna sus pensamientos entre esos niños que le habían pedido una moneda y la visita que daría en la mañana al diario; se durmió un instante después de vislumbrar el recuerdo del número dorado grabado en el vidrio de la puerta, en la que dejaba grabados sus dedos aniñados, pero de chocolate.

A la mañana, después de tantos años, Sasha vuelve a la redacción. Su padre la llevaba cuando tenía que entregar alguna nota fuera de hora, o para buscar entradas de favor a circos, cines y teatros. Ella se perdía entre desprolijos escritorios poblados con seres de anteojos y lapiceras en mano. Mientras su papá era atendido en la única oficina que tenía puerta, ella recibía caramelos y papeles para dibujar, pellizcos en los cachetes y hasta el permiso para martillar en una máquina de escribir de sólo tres vocales, que esperaba al técnico en un rincón.

Lo primero que recibió en sus oídos al salir del ascensor fue la ilusión de la campanilla del carro de la Underwood. Ahora los caramelos estaban en un hermoso frasco de vidrio, sin nadie que los diera en complicidad. Ya no eran “para después de comer”, la burocracia los incorporó a la espera. Apenas saludó a la recepcionista y entró como si fuera la dueña, se encontró con un salón plagado de escritorios y monitores, cables, y aparatos que atraían para sí el polvo cósmico que descendía a través de un rayo solar. Volvió a saludar muy levemente y golpeó la única puerta a la vista en la oficina.

El director del diario donde su padre trabajó hasta el último día de su vida la recibió con un abrazo fortísimo; el hombre se mostró feliz de verla y cambió por una suave caricia los suaves pellizcones en sus cachetes de cuando era niña.

La llevó hasta un cómodo asiento, pidió a alguien un café con leche más un té, y le preguntó con demasiada ansiedad:

– ¿Pudiste averiguar todo?

“Todo” invocaba una historia que se extendía casi por un siglo, la vida de unos cuantos anarquistas pasados y presentes, un hermoso relato de amor y la investigación periodística de un escandaloso suceso que pondría al diario en el lugar que había perdido.

Sasha deja una carpeta absolutamente manuscrita y promete volver en unos días, también promete cuidarse. Pero Sasha no necesita promesas, al fin y al cabo es su proyecto. Termina su café con leche y se va despacio mirando algunas fotos expuestas en la pared. Aparece un gato que la ignora y alguien que retiene la puerta del ascensor. En el espejo nota que cuando sonríe atrae las miradas.

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