El chico se agarra el pitito, mira el árbol pero vuelve sobre el taxi; abre la puerta y como puede pide unas monedas; algo recibe que no cuenta y junto con la mano, van al bolsillo. El pitito y las monedas bien agarradas, el árbol y las ganas. Ve que se le va otro taxi y se resigna. Aguanta otro poco…
Resignarse a los siete. Es como jugar de arquero, mientras todos corren, todos patean y hacen goles, uno paradito al frío. Y cuando viene la pelota, con las manos. Resignación.
Sasha espera sin paciencia hasta que llega su turno. El nene le abre la puerta como a todo el mundo; ropas de nenes bien en la piel del pobre. Pantaloncito de corderoy y buzo de marca sin hacer juego, en plena primavera. Unas cuadras después el auto se detiene por un semáforo en rojo y Sasha queda mirando a alguien que da vueltas mirándose las manos, alrededor de una parada de ómnibus.
– ¿Cuenta las monedas o se lee el destino? -Pregunta muy seria y preocupada porque el semáforo amenaza cambiar dejándoles la escena sin final.
– Las dos cosas, son lo mismo. -Contesta el taxista que esperaba hablar de lo que sea.
De pronto el hombre en la vereda estornuda de golpe haciendo caer algunas de las monedas. Se convulsiona, parece bailar, se toma la cabeza con el puño apretando bien los cobres. La cabeza y las monedas bien agarradas, mira por la alcantarilla y se lamenta.
Ella se ríe y sigue leyendo. El taxista baja un poco el volumen de la radio e insiste una conversación. No se produce. Venezuela al cuatrocientos, tiene que bajar. Paga y baja del auto un tanto temblorosa. Elige los adoquines de la calle y los pisa lentamente, hasta llegar a una angosta vereda de baldosas desordenadas.
Parece frágil, pero a Sasha no le importa nada ni nadie. Va a las cosas con una mano y las toma sin mirar, o las deja sobre el borde de la mesa, muy al borde. Puede ser que a veces esos objetos caigan a su espalda y se rompan como olas al final del mar; pero no importa. No le importa nada.
Golpea la puerta con un llamador con forma de puño y color de estatua. Intuye que no abrirán y ella misma se ocupa de hacerlo. Camina hasta el patio y una mujer se asoma de una de las puertas. Pregunta por Selmar y la señora le indica la escalera.
-Subí que está. Por el silencio debe estar.
Sasha no entiende la deducción pero igual agradece con una sonrisa y un lindo gesto de sus ojos. Antes de llegar lo llama despacio y Selmar no tarda en asomarse a la puerta para recibirla en el último descanso, apoyado en la baranda.
– Traigo noticias de Hungría, tengo un sobre para Azimel.
– Entrá que preparo algo caliente. No te esperaba. –Le dice mientras le ayuda con el bolso y un abrigo que ella trae descansando en su brazo izquierdo.
El siente que la besa cuando recibe sus manos y la besa en los ojos, con los ojos. Esa visita no le hará bien; todavía no entiende como Sasha y él no siguen juntos. Fue Sasha quien le presentó a Azimel para que no estuvieran solos ya casi tres años atrás. Según ella fue la única vez que se preocupó por Selmar, y para Azimel era el hombre perfecto, el que tanto soñó cuando las complicidades de la adolescencia entreveraban sus deseos. Era ella misma quien los separaba ahora trayendo una larguísima carta y bastante dinero.
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