Media tarde

La misma escena. La misma plaza; otros ojos. Es media tarde, en el descanso de la oficina. Selmar jamás se quedaba con sus compañeros, se negaba a regalar ese descanso al fuego de las charlas inútiles sobre televisión y fútbol, o padecer las bromas repetidas del señor Guglielmi.

En el centro de la manzana, al borde de los juegos hay un largo banco de patas timoratas y cuatro abuelas unidas por sus hombros desparejos. Es una frágil cordillera de cabellos nevados, teñidos, o amparados por pañuelos. Esgrima de codos con agujas, ovillo en bolsa y un termo de agua sin hervir que se olvidan de gastar.

Todo ocurre entre nietos y pelotas, entre muñecas y patines de melladas ruedas naranjas, estruendosas. Para Selmar es mirar lo inexplicable: tejidos y equilibrios sobre ruedas. Nunca lo comprenderá. Sobre los tejidos podría anotarse en un curso, leer revistas a escondidas, ayudarse en la magia de un telar… pero lo de patinar. No lo había intentado jamás en su vida, y tampoco lo sentía como una falta. Era como volar, excedía su dimensión humana.

En el pasto alguien duerme sobre una almohada de cuero, hebillas y dos manijas con cierre horizontal, para que no escapen los sueños. Parece un albañil. Duerme y sueña.

Un pájaro verde interrumpe el ruido lejano de los autos en el asfalto. Las sensaciones se multiplican, el pulso lo dan las sombras que se estiran; en unas horas van a cubrirlo todo. La chica que piensa sentada en una hamaca puede estar soñando o componiendo; él mismo no puede asegurar ser parte del paisaje y sigue camino hacia otra calle.

Una mujer pasa desapercibida en uno de los bancos de granito; tanto que Selmar no la ve, pero esas cosas suceden en las ciudades. Suceden todo el tiempo, no cuenta lamentarse de la invisibilidad de los otros. Es jueves, solo un esfuerzo y durante el fin de semana podrá regresar tranquilo; la plaza estará repleta, entonces elegirá el bar de enfrente. Para el sábado el viejo Barreto ya le habrá reunido aquellos documentos que tanto le pidió. Se sentará a leer y otra vez será parte del paisaje. Mirará el reloj pero no tendrá que volver a la oficina.

“…La luna persiste entre los edificios. Todo se echa a perder… demasiadas azoteas. La comunicación vuelve promiscuos los dones. Es como una magia rota. Es como una maga en batón. Las ciudades están inmunes contra su hechizo circular. Podemos decir que la luna, aquí murió…”

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