Por María Cristina Oleaga.
Psicoanalista
Me interesa poner en valor a la creación, en su más amplio sentido y por fuera del afán de lucro. No voy a ocuparme del fenómeno creativo en sí, tal como lo trabajó Freud cuando se ocupó de la sublimación, único destino pulsional que no implica represión; tampoco voy a desarrollar el gran aporte de Lacan, cuando ubica la creación ex-nihilo, en torno a un vacío central constitutivo del psiquismo. Me voy a centrar en lo que implican, para el acto creativo, las condiciones de su producción y, como efecto, las posiciones subjetivas que de allí pueden surgir.
Bertrand Russell se ocupó de este tema que, en verdad, es central en toda su obra. Tanto en su escrito sobre El Conocimiento Inútil como en La perspectiva científica, Russell explora y describe aquellas condiciones en las que mejor florece la creatividad humana. Así, hace un elogio de aquello que, supuestamente, no sirve para nada y se lamenta al considerar su contrapartida: “El saber está comenzando a ser considerado en todas partes, no como un bien en sí mismo, sino como un medio.” (1) Lo que puede surgir del saber, sin un fin anticipado, es impredecible, muchas veces sorprendente y siempre placentero para el sujeto que se abisma en lo que le interesa y se deja llevar por ello. Muy poco de este milagro se puede desplegar cuando el sistema social privilegia la competencia, la eficiencia y rapidez del resultado y el lucro.
Así, Russell establece una diferencia tajante entre aquello que crece bajo estas condiciones estructurales del capitalismo y lo que surge casi como por azar, como un encuentro feliz, cuando el sujeto está libre de presión y, sin embargo, preso de su propia pasión. Es por este rasgo que condiciona al creador que Russell puede comparar la posición subjetiva del científico, por ejemplo, con la del amante, el místico o el poeta. El amor al conocimiento, dice, es el empuje: “El amante, el poeta y el místico hallan una satisfacción más completa que la que pueda conocer el buscador de poder, ya que pueden descansar en el objeto de su amor, mientras el buscador del poder debe estar perpetuamente ocupado en alguna nueva manipulación, si no quiere experimentar una sensación de vacío.” (2) El creador, impulsado por el amor al saber, tolera el vacío -como el escritor lo hace frente a la hoja en blanco- en el que algo luego crece. El pronóstico de Russell para el futuro de la ciencia, cuando conjetura el avance del capitalismo, es pesimista. Hiroshima y Nagasaki estaban lejos cuando escribió: “La sociedad científica del futuro, tal como la hemos imaginado, es de índole tal, que en ella el impulso-poder ha dominado por completo al impulso-amor, y éste es el origen psicológico de las crueldades que corre peligro de fomentar.”
El ámbito que favorece la creación podríamos decir, entonces, que es el de la libertad, palabra hoy tan denigrada como para que su uso merezca algunas aclaraciones. Quiero centrarme, para hacerlas, particularmente en este momento, en este país, bajo este régimen. Hubo, y es un tema de época que me he ocupado, la producción de subjetividades acríticas, aptas para recibir mensajes repetitivos, sobre todo a través de imágenes que capturan. Así, ha florecido un sentido común acerca del bien prometido en el proceso eleccionario: la libertad.
Era evidente, y hoy lo es más aún, -esperamos que incluso para los seducidos por el mensaje del poder- que se trataba de la libertad de mercado. La desregulación de todos los mecanismos y normas que se supone protegen, desde los estados, a los ciudadanos frente a la omnipotencia de los mercados desampara a los libres. El problema es incluso más grave ya que la competencia – protección a la que aluden los defensores del capitalismo neoliberal- es obvio que no existe. Con el avance de la globalización y la concentración del poder corporativo, ya nada encubre que se trata de un poder absoluto que queda desnudo cuando el estado se retira de su función arbitral, incluso aunque ésta sea precaria. Es ocioso desplegar ejemplos, baste con la lectura del plan de este gobierno, del DNU y de la ya perimida Ley Ómnibus, todo ello protegido por medidas represivas que lindan con la tortura.
Para volver al tema de la creación y sus condiciones, vemos en esas disposiciones qué tsunami pretende arrasar a la cultura, la ciencia y sus productos. Todas las instituciones que las favorecen están jaqueadas en nombre de la privatización. O sea, la propuesta -en el decir de Russell- es que el “impulso-amor” sea completamente dominado por el “impulso-poder”. Los directamente afectados, o despedidos o sometidos al temor de perder el puesto que ocupan, pertenecen al ámbito del cine, la televisión, el teatro, la danza, la música, las bibliotecas populares, los medios de comunicación comunitarios y cooperativos, los museos y, asimismo, al ámbito de la ciencia, como el CONICET, el Polo Científico y, por supuesto, las Universidades públicas. Incluso pueden resultar afectados los organismos, como la ANMAT, que se encarga de certificar la calidad de lo que se consume. Es tan larga la lista que no podría reproducirla aquí. Es llamativo que muchas de estas instituciones no estén nutridas por aportes del Estado, como el INCAA por ejemplo. Asimismo, se pretende la privatización de empresas, aunque den ganancia. Esta libertad del mercado, así en singular, es la que puede amparar todo tipo de delincuencia, desde las falsificaciones a las adulteraciones, pasando por el crecimiento del negocio narco, gracias a la privatización de los puertos y a la libertad de la circulación del capital, por ejemplo.
El “impulso-poder” sólo persigue el lucro y nada tiene que ver con las condiciones que favorecen el “impulso-amor” y la creación. Se trata de una pérdida difícil de sopesar en un país que tiene ya dos Premios Nobel por la Paz y tres por la Ciencia. Estos premios son los que, promovidos por condiciones favorables que garantizó el Estado, ganaron 5 hombres libres para seguir un camino propio. Las conquistas más brutales comienzan por arrasar la cultura y siguen con la consecuente captura de las subjetividades. Los negocios voraces necesitan de la pobreza subjetiva y del aplastamiento de la creatividad. Así, no debe resultar extraño que este régimen autoritario y antidemocrático necesite cercenar todo aquello que tenga que ver con la verdadera libertad: la que permite a cada uno seguir el camino de su propia pasión. Para terminar, cito de nuevo a Russell: “Creo, por tanto, que las satisfacciones del amante, usando esta palabra en su sentido más amplio, exceden a las satisfacciones del tirano y merecen un puesto más elevado entre los fines de la vida.” (3)
Notas
1) Russell, Bertrand, Elogio de la ociosidad y otros ensayos, El Conocimiento inútil. (1935)
2) Russell, Bertrand, La perspectiva científica. (1931), pág 141.
3) Ibid (2), pág 142.
María Cristina Oleaga
Enero de 2024