Escribentes

Imágenes, sentidos y pensamientos

Seres de existencia real o imaginaria, máquinas y artificios que transforman una energía en otra. En este caso, enunciados, imágenes e ideas.

Editorial Verano 2022

En construcción …  distopías se han puesto de moda. En contrapartida, las utopías, deambulan devaluadas en el olvido. Ya casi no hay grupos con ese nombre, ni revistas. No aparece en discusiones de esquina o café; nadie habla de futuros superadores en un presente que agobia y parece impune.
No parece haber proyectos colectivos que entusiasmen e ilusionen, ni en corto ni en mediano plazo. Si las utopías ayudaban a diseñar caminos, hoy las distopías parecen invitar a la comodidad de un stream desde el sillón, a la confrontación expectante entre el mensaje paralizante y sus correspondientes retazos de presente. Y nada más.
No hay distopía que no se apoye en el presente. Hoy, las posibilidades tecnológicas de los dispositivos de control social, de extracción de valores, de sometimiento y ensueño, hacen que la crítica se aplaque en la resignación. Pareciera que el poder de dominio todo lo consigue. Solo la sombra de lo inesperado alienta a resistir. En ese hilo de luz, los pueblos latentes, el trabajo vivo, la sed de memoria, queda iluminado algún posible éxodo.   

Distopías. Escribentes. Fines de 2021, verano de 2022.

Transportador de gente, línea 181.
Transportador de gente nocturna, línea 181. Buenos Aires, pandemia del invierno de 2021.

Contra el dogma

El punto de partida y escena inicial de cualquier investigación científica es la totalidad de los saberes y creencias que las personas o los grupos tienen sobre algo. Ese conjunto de conocimientos constituye, junto a otros elementos, la vida individual y social de los pueblos. Los saberes se producen, cambian, acompañan procesos. Los saberes se oponen entre sí al interior de los grupos, y chocan además con los saberes de los grupos antagónicos. En esos embates, unos perduran, otros se asimilan, o se  construyen nuevos conocimientos. País contra país, clase contra clase, cultura contra cultura. Generación contra generación.

En un mundo de conflictos tan extremos como el presente, la cooperación casi no cuenta.  No se promueve. Pero la diversidad atenta contra los regímenes de poder, que pugnan por conservar lo dado o en en sus crisis, cambiarlo en clave propia. No hablamos de cualquier diversidad, pensamos en la diversidad antagónica. 
¿Dónde y por qué la frontera de un estado está en tal lugar? ¿Qué se cree de una conquista si se es conquistador o conquistado? ¿Cuándo algo sana o contamina según los intereses económicos en juego? ¿Cuándo un trabajo es impago y qué es renta sin trabajo, o cuándo el intercambio llega a ser justo?

La diversidad de saberes lleva a enfrentamientos que pueden ser muy graves. ¿Quién cede ante una verdad «antagónica» sobre un mismo objeto?

Cuando una verdad pone en cuestión un sistema de saberes, en principio es rechazada; luego, podría ser asimilada desde pautas propias que le den sentido a partir de presupuestos propios. Así suelen funcionar los grupos. Solo la mirada crítica acepta el saber externo, el novedoso, para cuestionar lo dado. No habrá Utopía mientras persista la fé en los dogmas y lso saberes impuestos por las tradiciones. En ese camino elegimos estar.

Escribentes

Sur del sur

Veinte años hace desde Diciembre de 2001

Los amigos de Burucúa

Verano 2022

El fin de toda religión

Kenig va. Si tuviese un biógrafo, solo escribiría sobre sus fines de semana; Kenig, sábados y domingos de manera ritual sale al ocaso. Sale al ocaso y mira al sol desde un espejo, para simular el alba. Camina por las calles cuando las sombras se estiran y luego de algún rodeo enfila al centro. Si piensa en mujeres es porque se distrajo. De él, apenas se puede imaginar alguna charla anónima en la cola de un concierto de música elaborada; pero Kenig va. Una y otra vez. Va.
Kenig no es amable. Es una persona que guarda respeto y sabe mantener distancia de todo ser que se acerque a menos de dos pasos. Es huraño; su falta de amabilidad es economía, más no desdén por la humanidad.
Kenig había sucumbido ante esa mujer con quien apenas mercó una botella de vino y algo para comer; esa mujer con quien quedó charlando treinta y siete minutos sin distracciones.
Había despertado cierto amor. Al salir de ese barroco cuchitril llamado almacén de ramos generales casi choca con una persona, seguramente testigo de los últimos minutos de la plática. Los más vergonzantes. Kenig sonrió maliciosamente y se fue. No se conocían ni se tuvieron en cuenta. Nunca había sido seductor ante un público.
Al volver a su casa Kenig pensó en las fisuras de las cuentas de su oficina. Miró hacia adentro del Banco de su cuadra e imaginó su silencio nocturno. Un antro vacío y mudo al que comparó con su humilde trabajo junto a Burucúa. Quedaban en la calle él y Jaime, el señor del kiosco. Luego se fue a dormir. Deseaba cocinar una tarta pero no lo hizo. Así, amaneció con hambre. Kenig es muy lineal.
La noche siguiente, otra vez Kenig se cruzó con ese vecino flaco y desgarbado. Estaba con un perro. Ninguno de los dos tenía atractivo. Pensó que era por eso que salían de noche. Perro y vecino afeaban la noche. Mas, Kenig la enaltecía sin saberlo. Por un momento pensó en la situación inversa pero rápidamente volvió a una paz estética nunca confirmada; rara vez se miraba en los espejos.
Parecía una rutina nocturna. Acarició al perrito y se fue a dormir sumido en su ritual. Cuando puso la cabeza en la almohada se decidió por no sacralizar nunca más sus pasos. Basta de poesía, se dijo. Y planchó su cuerpo en una cama prolija y fresca.

Verano 2022

Marley en dos tiempos

En la calle el sol ardiente desconcertaba los humores. Marley sentía vivir en la gruta de un volcán. Retrocedió por ropa fresca y arremetió con su día. Eran las doce. El tren subterráneo esta vez dejó un incómodo malestar en ese hombre desdibujado, impulsado a caminar por los túneles en busca de una idea. El ruido de las ruedas aceradas acompañaba a un músico de andén que tocaba un carnavalito. Era como si un ave degollada, desangrada, enrojeciera la fuente donde pretendía refrescarse. La imagen le desagrado. Pensó en ese muchacho que competía contra el ruido y le dio un billete de los chicos. Bajo en Jujuy para combinar con la línea nueva. Todo le pareció un chiste. El tren se escondió en el agujero y parecía escucharse el sikus desde aquel fortuito mar de chispas. Con la escalera mecánica se sintió un monje en elevación. Había tomado vino en el almuerzo. No debió hacerlo. En el hall superior, dos chicas flacas y desarrapadas cantaban gregoriano. Una gorra vacía de toda moneda delataba el espanto. Estaba decidido, todo o nada. Iba a proponer por fin el plan a Burucúa, aunque algo lo frenó. Lo moral, lo ético. Nunca supo de esa diferencia.
Burucúa espantado sintió miedo y ansiedad. Su ambición desmedida dejó para el silencio las objeciones lógicas y fue por las herramientas de cortar. La noticia nunca fue clara, los diarios no supieron explicar. Un explosivo de gran potencia había destruido las oficinas de registros del Banco de Deudas y Créditos para Viviendas Humildes. Dos empleados de mantenimiento sospechosos del hecho eran dejados en libertad sin nada en su contra que pudiese señalarlos. Las cámaras apagadas, las alarmas desconectadas, los empleados de seguridad dormidos y retirados del lugar salvaron sus vidas.
Con el tiempo, aquel viejo edificio de paredes grises fue olvidado junto con las esperanzas de cobrar las deudas; aquella incertidumbre sobre lo moral y lo ético quedó arrumbada; otras dudas ya más metafísicas inundaron las diánoias de Marley y Burucúa. Luego, con el paso del tiempo, alguna vez se tentaron con el registro de multas; pero ya era tarde. Solo daban empleos a jóvenes con los papeles en orden.

Verano 2022

Textos breves

Fluidez.

En el trabajo él era un verdadero desastre, pero no le importaba ni saberlo ni que se sepa. En el colectivo trece que lo traía a media tarde con un paquete de bizcochitos y el diario enrollado se entretenía descifrando las conversaciones de su alrededor. Así aprendía. Perdía plata en las carreras o la quiniela apostando por teléfono; tenía una amante paga con quien los jueves simulaba hacerse los pies; los fines de semana se instalaba en el bar a tomar ginebra y café; si le sobraba plata del sueldo solía caerse de sus bolsillos. Los gastos de la casa, que eran ínfimos, se pagaban con el alquiler del garaje que supo cerrar con chapa y madera cuando su cuerpo diminuto le garantizaba terminar las tareas que iniciaba. De su salario separaba un diezmo mínimo los días de cobro y el resto lo escondía a los ojos de Cata.
Ella hacía la vista gorda a todo. “Si lo descubro lo mato”, era la frase más escuchada bajo ese techo. “Si yo quisiera me entero de todo”, era otra sentencia usual y repetida. “Lo quiero así como es total ya estamos grandes, qué va a hacer pobre con todo lo que trabaja”. Esos eran los argumentos escolásticos que elaboraba Cata cuando tomaba mate todas las tardes de Dios con la Emilia de enfrente. Aleteia. Volver evidente lo que de alguna u otra manera los hechos ya eran. Mientras tanto, el reino del engaño. Si la verdad para Cata se trataba de un trabajo de desocultar, estaba perdida porque su vagancia era de un orden cósmico.
Emilia tenía aspecto de huida y de espanto, en ese orden. Soltera desde su nacimiento proyectaba sus deseos y miserias en lo que no pasaba en las novelas de la televisión. En la Grecia Antigua, su idea de verdad iría de la mano del olvido primordial. Una distracción permanente generaba la repetición constante de las charlas con Doña Cata. Emilia podía ser relativista y cambiar de parecer en una misma frase, así hacían una compañía perfecta una a la otra.
De haber sido más audaces hubiesen planeado el asesinato de Tito. Mas, cada tres o cuatro mates recordaban que pese a todo, era su marido. Lo tenía que querer tal como le había tocado.
Cuando sonaba el timbre de la puerta iba Emilia; los pies hinchados de su amiga hubiesen demorado el trámite hasta la renuncia y éxodo de cualquiera. Era un chirrido sordo y metálico de una campanilla oxidada cerca del techo. Ese sonido, era lo único ajeno que podía pasar en aquellas tardes.

(Leer en blog)

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Revista Mordisco Número 1 (1974)

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